viernes, 13 de diciembre de 2013

Los árboles


 
Cuando era niña, vivíamos en la casa de mis abuelos paternos, y  a unos metros de la casa,  había un árbol, bueno en realidad,  habían muchos,  pero había uno que  permitía cruzar un canal de regadío que recorría toda la parte de atrás del vecindario.  
Nadie lo sabía,  pero ése árbol, era:  MI árbol.


Mi hermana y yo solíamos trepar cuanto árbol encontrábamos, pero cuando yo estaba sola, me encantaba treparme en MI árbol y quedarme ahí por horas.



Este árbol generoso,  me ofrecía una cómoda rama en la cual podía estar sentada mucho rato, mientras él, MI árbol, escuchaba con entrañable paciencia, todas mi confesiones infantiles. Era mi amigo, y siempre podía  contar con él.


 Cuando me sentía triste  lo abrazaba fuerte y me quedaba así mucho rato hasta que lograba tranquilizarme, me encantaba su olor, su textura, junto a él, me sentía abrigada por una presencia paterna sabia y eterna... y entonces todo parecía estar más tranquilo, y todas esas cosas que me atemorizaban quedaban por lo menos de momento, a un lado. Sentada en su rama, sentía la brisa pasar, aliviarme el calor, o secarme las lágrimas.
Ese olor a yerba fresca y corteza de árbol, olor a naturaleza limpia… era sanador!

Cuando mis papás me dijeron que nos mudaríamos a nuestra casa pensé, que va a ser de mi sin mi amigo el árbol?, y entonces al llegar a la nueva casa descubrí con alivio, que había un parque a la vuelta de la casa, con muchos árboles, escogí uno. Nos hicimos amigos pronto, y él (mi nuevo árbol) me acompañaba durante la semana, pero  los fines de semana cuando volvía a casa de mi abuela, corría a treparme y a abrazar a  MI árbol.


Más tarde cuando mis papás se divorciaron, cambiamos de ciudad, y nunca más conté con la cercanía de un árbol, lo cual fue muy triste para mi, ya no contaba con mi amigo, mi confidente fiel, aquel valiente, fuerte, noble y entrañable árbol que coronó mi infancia-

Por cosas de trabajo, ya adulta, estuve un mes en Santiago de Chile,  y era un momento de muchas decisiones y cambios drásticos en mi vida, me sentía un poco sola y triste, pero descubrí en el hotel en el que me alojaba un hermoso y frondoso árbol. Fue como ver la luz al final del túnel.
Así que por las mañanas desde mi ventana lo observaba y en las noches después del trabajo me sentaba junto a él, y el sentir esa agradable y amable presencia, realmente me aliviaba me sentía segura y protegida.
Cuando regresé, y me instalé en Lima descubrí que  a dos cuadras del lugar donde trabajaba había un parque grande, con muuuchos árboles, asi  que sin prestar oídos a los que decían que ese parque  podía ser peligroso, en las noches después del trabajo, me internaba en él, ah! sólo sentarme ahí, respirar a fondo  y sentirme rodeada de árboles, me tranquilizaba, aliviaba el stress, y consolaba si tenía alguna tristeza.

           
Los árboles tienen una gran presencia, sanadora  para el cuerpo y el espíritu, creo en su sabiduría y su nobleza.
Cuando era niña, sentía que los árboles se comunicaban conmigo, con  un idioma no verbal, era como si se dirigieran de frente a mi corazón... ahora,  ya no puedo escucharlos, pero sigo, lo confieso, necesitando de ellos.

Cuando estoy en un lugar donde no hay árboles, es como si algo dentro de mi se apagara, y cuando de pronto veo uno, es como encontrar un oasis en medio del desierto, siento que calma la sed que tiene mi espíritu de esa paz,  que dan ellos.


Los árboles son testigos silenciosos, de la vida, nobles, fuertes, entrañables,  generosos, protectores y paternales, por eso, creo que la relación que tienen con los niños es muy especial, por que los niños con su alma pura traspasan todo pensamiento y dejan sus sentimientos a flor de piel y entonces pueden hablar y escuchar a los árboles … Si cada niño tuviera un árbol, estoy segura de que el mundo sería diferente.


Los arboles ofrecen generosamente sus ramas para que los niños las trepen, albergan con amor los nidos de los pajaritos que a su vez nos alegran con sus cantos, dan su sombra cuando alguien la  necesita, y nos llenan de oxígeno y belleza,  ellos,  como el resto de la naturaleza, siempre generosos!!!.
 
Acerquemos a los niños a la naturaleza, ellos la necesitan, enseñémosles a sentir empatía por ella.
Algunos niños, los más sensibles inmediatamente demostrarán respeto y empatía pero otros no, es necesario enseñarles.


Hagamos que nuestros niños crezcan con la conciencia de cuidar esa naturaleza maravillosa, maternal y generosa!!

Feliz Diciembre, para todos!!!

 


 

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